Gracias a las películas y las series de televisión, muchos libros han sido redescubiertos por los lectores y se han vuelto más populares que nunca. Un caso ejemplar es la prolífica producción de John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973).
Quizás no todos saben que, en sus libros, J.R.R. Tolkien no solo imaginó personajes, mundos y tradiciones, sino que dotó a sus historias de algo que distingue las culturas y caracteriza profundamente a cada individuo: el lenguaje.
Profesor en Oxford, filólogo y lingüista, Tolkien inventó 20 lenguas, cada una con su propio vocabulario, gramática y sintaxis. Entre ellas, las más completas y fascinantes son las lenguas élficas Quenya (la lengua de los elfos del lejano Oeste, culta y sapiencial, una especie de «latín élfico») y Sindarin (la lengua de los elfos de la Tierra Media). Todas estas lenguas fueron hábilmente conectadas por Tolkien en un esquema evolutivo con interconexiones que se asemejan mucho a las lenguas del mundo real.
La actividad de crear lenguas artificiales desarrollando cada una de sus partes (fonología, gramática, léxico…) se llama «glosopoyesis», del griego glossa (lengua) y poíesis (creación). El propósito de un autor al crear una nueva lengua puede variar; por ejemplo, dentro de una novela, inventar una «lingua franca» puede facilitar el encuentro entre personajes de diferentes mundos y culturas. Otra razón podría ser la pura experimentación lingüística.
Tolkien mostró interés por la lingüística desde una edad temprana: el griego, el latín, el italiano y el finlandés estuvieron entre las primeras lenguas que aprendió con considerable habilidad. Una famosa cita de Tolkien compara el descubrimiento del finlandés con el hallazgo «de una bodega llena de botellas de vino extraordinario, de un tipo y sabor nunca antes probado. Me embriagó por completo».
En una de sus cartas, Tolkien escribió: «Nadie me cree cuando digo que mi largo libro (es decir, El Señor de los Anillos) es un intento de crear un mundo en el que una forma de lenguaje aceptable para mi sentido estético personal pueda parecer real».
Sea cual sea la evolución de los hechos, ya sea que Tolkien utilizase sus historias por el placer de crear nuevas lenguas o que, por el contrario, la creación de nuevas lenguas inspirara las historias, nosotros, como lectores, seguimos fascinados por las atmósferas narradas por el escritor inglés en cada una de sus obras.
Mientras que, por un lado, se pueden crear lenguas infinitas, por otro, los lingüistas modernos han propuesto un punto de vista muy interesante respecto a las lenguas del mundo. Según ellos, todas las lenguas que hablamos son similares en ciertos aspectos: manifiestan el mismo patrón, siguen las mismas reglas y se aprenden exactamente de la misma manera. Por lo tanto, las diferencias son solo superficiales. Noam Chomsky (nacido en 1928; filósofo, lingüista, científico cognitivo, teórico de la comunicación y activista político estadounidense) afirma que si un científico marciano, alguien con un tipo de inteligencia diferente, estudiara las lenguas del mundo, concluiría que todas son dialectos de una sola lengua que incorpora una «gramática universal».
Para concluir, las lenguas cambian, evolucionan y se crean; lo fundamental para el ser humano es la comunicación. La diversidad aporta riqueza en todas partes.